Historia de un campamento
Historia de un campamento
Desde pequeño tuve la tendencia de rechazar a las mujeres y por el
contrario me encantaba mirar a los chicos de mi curso, especialmente los
días de gimnasia en las duchas. Lo que voy a relatar ocurrió hace
aproximadamente 3 años, cuando yo tenia 16. Fue en un paseo de verano.
Recuerdo que la noche en el campamento era silenciosa y absolutamente
despejada; agradable, por lo demás. Había un chico que me quitaba el sueño.
Se llamaba Felipe, tenia 2 años menos que yo. Era precioso, pelo castaño muy
claro (casi rubio), ojos claros, no muy alto y de características físicas,
todavía, muy de niño. Recuerdo que mi sueño era verlo desnudo, nada más.
Siempre buscaba momentos para acercarme a él, cuando nos bañábamos en el
lago, cuando estábamos cerca de la fogata, cuando en los momentos libres
nos íbamos a la carpa, en fin, todo el tiempo… pero siempre con
disimulo. En ese entonces nadie sabía de mis tendencias y yo no tenía el
menor interés de que alguien se enterara. Un día, después del almuerzo,
recuerdo que yo volvía de la letrina, cuando de pronto a lo lejos lo
divisé, por suerte él no me vio. Me escondí tras unos matorrales que por
ahí habían y me quede observándolo. Se dirigía a la letrina también,
supuse al ver que llevaba papel higiénico en la mano (quizá se iba a
masturbar pensé luego), cualquiera de las dos ideas me producía un
inmenso-intenso revoloteo hormonal.
Pasó cerca de mí sin verme. Lo seguí, siempre acechando. Él se fue alejando
por el borde del lago. Se dirigía al bosque que estaba a unos 300 metros del
campamento. Yo en cambio me fui por un plano superior, que terminaba en una
quebrada que llegaba justo a la pequeña playa que se encontraba en la orilla
del lago. De sólo pensar lo que podría ocurrir me comencé a calentar. De
pronto se detuvo. Yo también y me escondí. Vi como Felipe examinaba el terreno
cerciorándose de que nadie pudiera ser testigo de lo que iba a suceder. Cuando
estuvo seguro de que el terreno estaba libre se bajó pantalones y calzoncillos,
ambos de una sola vez. Era la primera vez que veía su pene. Era bello, muy
pequeñito, muy blanco (demasiado me pareció), y con muy poco vello sobre su base.
Mi excitación se había convertido en una incontrolable erección. Él se comenzó a
masturbar, aún cuando todavía no la tenía parada. Yo casi reviento.
Era un verdadero éxtasis el estar ahí presenciando aquello. Me tuve que auto
controlar al máximo. De pronto se volteó y me dio la espalda, de esa manera
pude ver sus nalguitas que eran blanquísimas, más aún que su miembro. A pesar
de que unos 10 metros nos separaban, yo me sentía como si estuviera a su lado.
La idea de acercarme fue rápidamente desechada por miedo al rechazo al sentirse
descubierto.
Esperé a que él eyaculara, para luego hacerlo yo. Se limpio, me limpié y
volvió al lugar con los otros chicos. Yo lo hice un rato después. Esa fue
mi primera experiencia sexual con Felipe, mi sueño de verlo desnudo se
había cumplido, pero sin lugar a dudas, y pensándolo con la mente más
fría…, fue demasiado poco. Decidí intentar algo más.
Esa misma noche, después de comer, lo invité a conversar a un lugar un
poco alejado del campamento, debajo de un árbol al cual solía ir cuando
quería estar solo. Aceptó. Al llegar a los pies del árbol, que estaba
rodeado por una enorme llanura cubierta de pasto, nos tiramos al suelo y
conversamos durante un rato. Los dos estábamos acostados, uno al lado del
otro, mirando las estrellas. De pronto le pregunté si le m*****aba que
apoyara mi cabeza en una de sus piernas. Felipe no se negó y eso hice,
apoye mi cabeza sobre su muslo derecho. Yo estaba un poco nervioso pero
muy excitado de poder estar tan cerca de su pene. Siguió normalmente la
conversación hasta que de pronto en un movimiento programado que hice para
poner mis manos debajo de mi cabeza, pude notar su erección, al rozar mi
mano contra su pene. Él hizo un movimiento que demostró incomodidad, pero
para cuando trato de reaccionar mi mano ya se había posado sobre aquel
bultito tan codiciado por mí. A pesar de estar por sobre el pantalón pude
sentir la tibieza que irradiaba y que parecía quemarme la mano. Comencé a
sobarlo muy suavemente. Le miré a los ojos y le dije que no dijera nada…
que nada malo le iba a suceder. Felipe permanecía inmóvil, sentado observando
silencioso todos mis movimientos. Lo primero fue lamerle una de sus mejillas
y el cuello. Ahí pude sentir su aroma que penetró por mi cuerpo, recorriéndolo
como un manantial inmensamente refrescante. Mis manos exploradoras, en tanto,
pudieron sentir su calor en el instante que se aventuraron por debajo de la
polera. Acariciaba sus tetillas, pequeñas y duras.
Todos mis movimientos eran muy sutiles; luego recorrí todo su torso
acariciándolo con mucha suavidad y dándole pequeños pellizcos haber si se
liberaba de la notoria tensión de la que estaba siendo objeto. Después de
lamerle todo el rostro, mis labios buscaron los suyos; mi beso no fue
correspondido, tan solo abrió un poco su boca, por donde entró mi lengua
juntándose con su saliva caliente y de un sabor exquisito. Felipe en tanto
parecía estar petrificado. De pronto, y sin decir nada, con un pequeño
movimiento de mis brazos, él levanto los suyos, parecía que comenzaba a
entender el lenguaje, le quite la polera, me abalancé sobre él y le lamí
las tetillas, lo hacía con mucha fuerza, como si esperara obtener algo de
ellas. Mis manos ahora jugueteaban con su miembro. Mis dedos se introdujeron
dentro de su pantalón con el propósito que quitárselos.
Felipe me detuvo.
Yo, que ya había dejado sus tetillas y me estimulaba ahora introduciendo
mi lengua en el orificio interminable de su ombligo,… paré, lo miré y le
pregunté que era lo que sucedía. Felipe me respondió que le daba mucha
vergüenza y que prefería que lo hiciera yo primero. Le contesté, en el
momento que me tumbaba de espalda en el pasto, que él mismo lo hiciera.
Titubeó un instante y luego sin replicar comenzó a quitarme la polera.
Siguió con el pantalón pero no pudo sacarlo hasta que hubo quitado ambas
zapatillas. En un instante me encontraba únicamente con mis calzoncillos.
Lo miré, al darme cuenta que no estaba muy decido, yo le di ánimo. Él
comenzó a bajarlos quedando al descubierto, primero mi negro y rizado
vello, luego mi pene, erecto hasta el tope, muy oscuro y con los típicos
líquidos que escupe cuando la excitación es abundante, y por último mis
grandes cocos, lacios y rodeados de mucho vello. A pesar de que Felipe no
movió un solo músculo de la cara mientras estaba ocupado en esta tarea, yo
creo que algo debio haber sentido, en todo caso lo disimuló muy bien. Le
tomé su mano y la conduje hasta mi pene. Él lo toco con mucha suavidad y
comenzó a masturbarme. Creo que podría haber eyaculado al insante, pero la
verdad es que quería prolongar aquel momento por siempre, así que tuve que
contenerme. Mientras él me masturbaba comencé a bajarle su pantalón. No
opuso ninguna resistencia, sino por el contrario, colaboraba de excelente
manera, facilitando así mi labor. Le pedí que parara de masturbarme. Una
vez quitado el pantalón pude ver sus pequeños calzoncillos, con diseño
tipo leñador y su bulto, ahora mucho más suelto. Me senté con las piernas
abiertas, igualmente senté a Felipe sobre mí, pero en sentido contrario.
Introduje mis manos por sus lampiñas nalgas, eran de una increíble
suavidad (casi de seda) y me sorprendió lo heladas que estaban.
Las froté con fuerza para calentarlas. Una vez concluida aquella misión,
me vertí en la tarea de jugar y acariciar su ano. Él sonreía producto del
eficaz masaje, pero se mantenía firme en la tarea de no dejar penetrar
nada en aquella, aún, virgen cavidad.
Desistí. Lo besé con gran brío y succioné con mucha suavidad su lengua en
repetidas ocasiones. En ese instante mis manos comenzaron a despojarlo de
sus calzoncillos, lo volteé y lo arrojé de espalda al pasto dispuesto a
ejecutar una descomunal mamada. Al comenzar le lamí la planta del pie, era
sabrosa y estaba impregnada de su exquisito aroma. Pude darme cuenta de
que su excitación era tal que le inhibía por completo las cosquillas en
los pies. Le succioné el dedo mayor (su sabor me enloquecía) y comencé a
lamerlo, subiendo por sus también lampiñas piernas tan suaves y lisas como
sus nalgas. Mil veces había soñado con lamer esas piernas. Cuando llegué a
la entrepierna, mi lengua se entretuvo un instante con sus diminutos
coquitos. La labor estaba produciendo las primeras reacciones por parte de
Felipe que se empezaba a estremecer de excitación. No pude aguantarme más,
y mis labios instintivamente buscaron su miembro. Su olor me produjo un
pequeño escalofrío.
Mi lengua rodeó todo su glande que estaba ardiendo y era mucho más rojo
que el resto del pene. Como respuesta Felipe se contorsionó. Mis labios
ahora se encargaban de acariciar y besar su glande. Vino la primera
succión. Le escuché un débil gemido al instante que se contorsionaba aún
más. De súbito introduje todo su miembro dentro de mi boca y succioné
mucho más fuerte que la vez anterior. Felipe estaba excitadísimo. Lo
succionaba desde la base del pene con gran fuerza. Las convulsiones
producto de la mamada iban acompañadas de quejidos débiles que fueron
luego subiendo de intensidad. Me detuve. Le dije que se mordiera los
labios para no gritar. Retorné a mi misión, ahora Felipe comenzó a moverse
instintivamente como si me estuviera penetrando el ano. Esto me puso a un
millón de revoluciones ya que sentí que ahora el asunto era mutuo. Empecé a
succionarlo mucho más fuerte ahora.
Él sacaba grandes cantidades de pasto y las arrojaba con violencia. Decidí
intentar algo más. Comencé a girarme, siempre chupando con fuerza, hasta
quedar con las rodillas apoyadas en el suelo, una a cada costado de
Felipe. Mi pene estaba ahora al alcance de su mano. Al percatarse de ello
lo apretó con fuerza y comenzó a masturbarlo.
En eso estuvimos un rato hasta que de pronto inicie (siempre chupando) un
suave descenso de mi tronco en busca de que su boca encontrara mi pene. Él
dejó de masturbarme y comenzó a acariciar mis velludas nalgas. De pronto
me tiró hacia abajo con fuerza y abrió su boca para dejar ingresar mi falo
en ella. Comenzó a chupar con todas sus fuerzas. Yo me estremecía un poco
producto de la sensación, pero Felipe parecía poseído por algún tipo de
demonio, era un verdadero frenesí. La posición era bastante incómoda para
mí, debido a la diferencia de estaturas, pero a esas alturas eso era lo de
menos. Ahora los dos nos meneábamos introduciendo y sacando nuestros penes
como en verdadero coito. Eso me ponía calentísimo. Unos de mis dedos
insistió nuevamente en tratar de penetrar su ano, pero este parecía estar
sellado. No lo volví a intentar. La intensidad de las mamadas aumentó, en
un minuto dado, al parecer porque ambos eyacularíamos. Así fue. Él lo hizo
primero. Obviamente yo no iba a dejar escapar ni un solo milílitro de su
semen. Lo sentí entrar en mí como un torrente de lava que me quemaba la
garganta pero que tenía un sabor delicioso. Lo bebí todo, luego limpié los
restos de semen de su pene con mi lengua y… eyaculé. Al hacerlo noté una
reacción extraña por parte de Felipe ante lo cual me di vuelta y lo miré.
Tenía la boca llena de mi semen. Había girado su cabeza para escupirlo
pero lo detuve a tiempo y le pedí que no lo hiciera. Se contuvo. El semen
se chorreaba por la comisura de sus labios. Él no aguantó mucho y lo botó
todo. Comenzó así a escurrirse por su mentón y su cuello.
De imprevisto lo besé y tragué mi propio esperma (el poco que aún quedaba en
el interior de su boca). Luego mi lengua recorrió su mentón y su cuello en
busca de lo que había escupido. Fue maravilloso. Cuando ya estuvo limpio lo
volví a besar. Ahora me respondió con un fogoso e interminable beso. Luego nos
abrazamos y nos revolcamos durante un momento sobre el pasto, desnudos, sólo
él, yo y acompañados únicamente por la luna, aquel testigo mudo de nuestra
extraordinaria aventura hasta que de pronto decidí que ya había sido suficiente
y le pedí que nos vistiéramos. Felipe aceptó. En realidad la idea de penetrarlo
y que él me penetrara me volvía loco pero sentí que ese no era el momento. Lo
que habíamos hecho había sido de sueño y la verdad es que estaba seguro de que
no sería la última vez.
De ninguna manera quería apresurar las cosas ni mucho menos forzarlas. La
experiencia había sido magnífica, habría seguido allí toda la noche pero
sabía bien que ya nos habíamos ausentado bastante rato y no quería
despertar sospechas en los demás chicos. Nos vestimos y volvimos al
campamento. Sólo unos pocos notaron nuestra ausencia. Una cacería de
luciérnagas nos había quitado el tiempo, nos excusamos. Quizá nadie nos
creyó, quien sabe, pero eso ni me preocupó. Más tarde y luego del sorteo
de la guardia, nos fuimos a dormir. Al otro día, por la noche, fuimos
elegidos, al azar (o por milagro) Felipe y yo para realizar la segunda
guardia. Parece que alguien nos estaba dando una ayudita, pero eso… para
otra historia.