Fiebre
Fiebre
La historia que a continuación voy a relatarles ocurrió en una tarde luego de mi separación con Magali, Ella se encontraba a punto de casarse con su nueva pareja, pero por largo tiempo habíamos seguido viéndonos a escondidas de su familia -que estuvo siempre en contra de nuestra relación- y obviamente de su nuevo novio.
No podía verla, Ella ya no venía a casa por miedo a que nos descubra su hermana y el cuñado, que viven en mi barrio, y yo no podía buscarla en su casa por razones obvias…
Sufría incansablemente el no tenerla. Pero así se habían dado las cosas y lo tome como que fue el precio de mi libertad, tesoro que aún conservo.
Ese día me encontraba desesperado, y debo confesar que no he experimentado tamaño nivel de calentura ni aun cuando fui un adolecente, en esa etapa en la que descubrimos el placer que podemos encontrar en nuestro propio cuerpo a través de la masturbación y que se corona con el primer fluido de líquido seminal.
No dejaba de pensar por un instante en Magali.
Recordaba uno y cada uno de los momentos de lujuria que habíamos vivido juntos, imaginaba sus senos enormes e inmaculados, chocándose uno con otro cuando los unía con sus brazos ofreciéndome su pecho para que acabara luego de un acto de sexo vaginal, con sus pezones rozagantes mirándome y pidiéndome caricias, besos…
Pensaba en su cintura, en su espalda, en los momentos en que la tenía en mi cama, a mi lado boca abajo y yo la acariciaba con suavidad, contorneando su figura…
Acariciaba con mi mente el volumen de sus caderas y nalgas a veces bajo su ropa interior, a veces naturalmente desnudas, ofreciéndome el espectáculo de su piel perfecta.
Pero sobre todo ansiaba ver su rostro, que recordaba claramente con un mechón de pelo cubriendo apenas sus facciones suaves y sus ojos… Los ojos que tanto decían con solo una mirada, cuando expresaban sus lascivos sentimientos a veces pidiendo ser sodomizada, otras veces advirtiéndome el deseo que también leía en su boca, en sus labios, cuando desviaba la mirada a mi entrepierna…
Recostado como me encontraba en mi cama con el televisor encendido sin verlo, con el volumen bajo, y en la penumbra del ocaso ya casi noche.
Observaba el bulto de mi pene bajo mis slips, se me antojaba enorme, gigantesco pese a que no tenía una erección, el color beige de su tela me hacía compararlo inconscientemente con una duna en medio del desierto plano de mi pelvis. Había leído que los médanos y las dunas de arena se movían, cambiaban de lugar, se desplazaban, y este también lo hacía… Se movía a un ritmo rápido y sin pausa en un periodo regular, como los latidos constantes de la excitación momentos antes de una penetración o eyaculación.
Veía la magnitud del bulto de mi pene aun sin erección pese al increíble deseo, e imaginaba a Magali con ese brillo del mismo deseo en sus ojos, cuando desviaba en su mirada a mi entrepierna, y también leía en los gestos de su boca, cuando mordía -inconscientemente tal vez- su labio inferior, signo inequívoco y advertencia certera de su pronto contacto, que no se hacía esperar cuando Ella lentamente acercaba su cara a mi ingle, descubría el tesoro con sus manos, otras veces con su boca y lo tomaba, observando sus reacciones, su crecimiento, se lo ponía entre sus labios, lo succionaba completo hasta su garganta… O a ritmo pausado acariciaba con sus manos la parte de él que escapaba a sus labios pero llenaba su boca sintiendo el abrazo suave de su ardiente garganta…
Sin pensarlo dos veces, vestí un pantalón de gimnasia liviano, tome las llaves del auto de mi padre y salí de mi habitación rumbo a Magali; aun sin entender como no había pensado antes en una solución tan obvia a mi problema, pero aliviado de haberle encontrado rápido aunque inseguro remedio.
Al llegar a su barrio tome la ruta normal y me detuve en el teléfono público más cercano, marque el numero rogando no ser atendido por alguien que no sea Ella y en el segundo intento en un intervalo de solo dos minutos tuve suerte, le dije que saliera como estaba con cualquier excusa y que yo estaría estacionado inmediatamente a la vuelta de la esquina opuesta que daba a la calle principal.
Apenas tuve tiempo de llegar al punto en que dije que estacionaria cuando vi su figura doblar la esquina apresuradamente, vestía unos shorts hechos de jean, una remara clara y ojotas, le abrí la puerta del acompañante.
Sentarse, mirarnos y fundirnos en un beso apasionado fue solo uno.
Agradecí poder palpar nuevamente sus pulposos senos, recorrer con mis manos su espalda y su cintura estrecha, sentir su pecho contra el mío…
Una vez calmados le dije que no soportaba un instante más, que mi pene estallaría de tanta leche, que la necesitaba, Ella me miraba y comprendía, lo sé; lo decían sus ojos, lo decía su gesto, lo dijeron sus manos, que sin hacerse esperar acariciaban mi bulto.
Enseguida me baje el pantalón y ella apresurada hizo lo suyo con mi slip, me sorprendió verla agacharse sin preámbulos, sin decir palabra y engullir mi miembro con su brutal erección, al borde mismo del orgasmo.
Mi pecho -que latía con fuerza- vio la mano de Magali apoyarse en mi corazón cuando el primer orgasmo llego y mi pene insaciable comenzó a bombear semen en su boca como si fuera la primera vez…
Mis sentidos agudizados percibiéndola captaban todo en un plano dimensional distinto, ralentizado: mi respiración acelerada, mis pulsaciones desbocadas, los roces desesperados de la mano de Magali en mi pecho parecían intentar detener de su fuga a mi corazón galopante o tal vez frenar el caudal de pasión que fluía de mis ansias a su garganta a través de mi pene como una manguera intermitente a la cual llega el líquido en cortos lapsos alternados de suave derrame y brutal fluidez…
Con los sentidos alterados percibía mis caricias a sus nalgas y pechos, las violentas palpitaciones de mi pene inmersos en el calor abrasante de la boca de Magali, mis testículos inflamados tomados con suavidad por su mano derecha, los suaves sonidos de su voz, gimientes exclamando placer y dándolo, la pausa corta para terminar de tragar torrente blanco y espeso que llenaba su garganta y obstruía sus vías respiratorias, el comentario trunco que salía de sus labios intentando describir (como si yo no lo estuviera sintiendo) la cantidad de semen que le estaba dando y que la sorprendió cruzando su rostro como suaves arroyos de llanura y volcándose parte en sus mejillas, su cabello suave recibiendo parte del caudal primario, y nuevamente su boca y garganta ardientes abrazando mi pedazo de carne latente; la vista de su rostro con sus cejas arqueadas en un gesto de pasión, la de sus fauces esforzándose al máximo para poder abarcar la exigente circunferencia de mi diámetro fálico, y la de sus ojos encontrándose con los míos; en una nueva pausa respiratoria en la que aprovechaba para digerir la inmensa cantidad de semen que descargaba incansable, con los orgasmos encadenados que provocaba la constante eyaculación que ofrecía a Magali su boca.
Luego una simple caricia de mi mano izquierda en su cabello, enjugando el semen derramado entre su pelo, como gesto múltiple, expresando orgullo, admiración, respeto y devoción; valores que –sin dudas desde épocas pretéritas- (aunque quizás no comprenden), sienten los hombres por la hembra capaz de saciar (y entender) la lujuria a****l de su macho.
Y por último su sonrisa y mirada cómplice, sellando el acuerdo de comprensión y afecto.
Minutos después, exhausto pero ya calmado, con su cabecita aun apoyada en mis piernas besando ocasionalmente mi miembro y mis testículos sin aun haber dicho palabra, intente masturbarla, pero me freno con sus palabras:
-No -dijo- no lo necesito, solo quiero que me prometas que siempre vamos a poder estar juntos.
Y así lo hice.