Mi abuela Belén
Mi nombre es Enrique, y relataré una experiencia que sucedió con mi abuela paterna, cuando yo tenía 18 años y era un chaval inexperto en todos los aspectos, incluyendo el sexual.
Y hablando de sexo, mis fetiches eran especialmente las mujeres maduras de talla grande… digamos que BBW y GILF eran unas de las etiquetas más habituales en mi colección de vídeos porno favoritos. También era aficionado al voyeur.
Respecto a mi vida en particular, soy hijo único y en esa época vivía con mis padres en Vigo, ciudad ubicada en el noroeste de España. Acababa de terminar el curso académico, por lo que estaba empezando a pensar en mis planes para el verano, que dicho sea de paso tampoco eran gran cosa. Simplemente quería desconectar, descansar, levantarme y acostarme a la hora que me diera la gana, dedicar mi tiempo libre a los videojuegos y el visionado de películas y series.
Pero mis planes se irían al garete, o eso pensé.
Resulta que por esas fechas, Pepe, mi abuelo paterno, se puso algo mal de salud. Él vivía con Belén, mi abuela, en una pequeña aldea ubicada a unos 80 km de Vigo. Los dos solos. Debido a esto, se había vuelto necesario que alguien les echara una mano en las labores del hogar y que les brindara compañía y apoyo. Mis abuelos eran muy reacios a incorporar a un desconocido/a a su casa, por lo que yo como nieto (y por estar de vacaciones) era el más idóneo para eso. Mi padre casi me imploró para que les ayudara. Al principio me negué, dado que tenía varios años sin verlos y temía que se trataran de viejos amargados y que la experiencia se convirtiera en un suplicio. Me dijo que solo serían tres semanas, que luego él vería la forma de convencerlos para contratar una empleada, y que esa ocasión me podía venir bien para relajarme y ”disfrutar de otros ambientes”. Al final acepté, casi a regañadientes. Para entretenerme, según yo, decidí llevar mi ordenador, una cámara y una bicicleta.
En cuanto a mis abuelos, Pepe tenía 78 años, y Belén 68. Pepe, por desgracia y como dije antes, no estaba muy bien de salud. Sufría de ataques de pánico, amnesia anterógrada, depresión y otros achaques propios de su enfermedad. Belén también tenía sus cosas, pero no se encontraba tan mal como su marido. Debido a esto, era ella quién se encargaba de ejercer de cabeza del hogar, y yo el encargado de echarles una mano en ese mes de verano. Vivían en un pequeña casa estilo chalet de una planta, sin vecinos cercanos, con un jardín exterior de tamaño considerable y un huerto familiar en el que cultivaban como pasatiempo.
Mis padres fueron a dejarme a casa de mis abuelos (a los que no veía desde hacía siete años atrás). Ellos se quedaron sorprendidos con mi cambio físico. Y yo con el de ellos, y también con su actitud. Eran muy joviales. De entrada, además, hubo algo que llamó poderosamente mi atención: el cuerpo de mi abuela Belén. Tenía algunos kilos de más, y no era difícil advertir una curvilínea figura, un culo y unas caderas que probablemente oscilaban entre los 115 – 125 cm de circunferencia. No obstante, de rostro y, sobre todo, de actitud, lucía muchos años más joven de lo que era. Era una señora con mucha vitalidad. No la recordaba así en lo absoluto. Supongo que influyó el que tuviera más de siete años sin verlos, cuando yo aún era un pre-adolescente, con otra clase de intereses.
Todo transcurrió con normalidad los primeros días. En la mañana salía de paseo al monte con mi abuelo, y cuando acabábamos la rutina volvíamos a casa. Por la tarde, él echaba una siesta de dos o tres horas. Se quedaba dormido en el sofá viendo la televisión. Mientras tanto, yo le ayudaba mi abuela con las labores del hogar, del huerto o alguna otra cosa más. Casi siempre había cosas que hacer.
Pero el culazo de mi abuela llamaba más y más mi atención, lo que se veía influido por los pantalones ajustados que ella vestía, pantalones que remarcaban sus enormes posaderas. Mi obsesión iba en aumento conforme pasaban los días.
De cualquier forma, me comporté ante ellos de forma correcta, como un abnegado nieto. Mas no quité nunca el ojo de mi abuela. Siempre que me era posible, y cuando nadie me veía, me la comía con los ojos, aunque eso me producía sentimientos de ambivalencia. Consideraba anormal sentir atracción por ella, pero a la vez influía el hecho de que no tuviéramos una relación cercana en el pasado, que no hubiera crecido con ellos, ni tampoco el que los visitara con frecuencia. Por las noches, solía masturbarme, y sin pensarlo mucho buscaba vídeos de señoras gordas. Me imaginaba que esas actrices eran mi abuela. Mi imaginación sexual estaba llegando muy lejos, y los tabúes desaparecían en mi subconsciente.
Todo seguía transcurriendo con normalidad entre mis abuelos y yo. Al sexto día, mi abuela y yo acabamos la rutina vespertina un poco más temprano de lo habitual. Le dije que iba a aprovecharlo para salir a dar una vuelta en bici y conocer los alrededores. Mi abuela se sorprendió, diciendo que no sabía que yo había traído una bicicleta, y me pidió que por favor se la prestara un rato, que hacía muchos años no utilizaba una y que le apetecía. Se la presté y ella se fue a dar una vuelta. Me sorprendió la soltura con la que la condujo. Bien dicen que andar en bicicleta es algo que no se olvida. A la media hora volvió, me dijo que le había encantado la experiencia, y me lo agradeció. A la vez, me dijo que estaba muy contenta, porque mi presencia había ”reanimado” la casa. Yo le dije que gracias, que también me lo estaba pasando bien, que estaba aprendiendo cosas distintas y experimentando nuevas sensaciones (nada más lejos de la realidad). Me dijo que ella también.
En la mañana siguiente mi abuela me comentó que había despertado muy adolorida, que tenía dolores en la entrepierna y que tenía muchas agujetas en varias zonas del cuerpo. Todo tenía sentido. Utilizar la bicicleta le había afectado sobremanera.
Le dije que no se preocupara, que eso era normal, y que se le pasaría en un par de días. Mi abuelo también dijo lo mismo.
En la tarde nos quedamos ”solos” nuevamente (mi abuelo, como era lo habitual, se había quedado dormido en el sofá y no despertaría sino un par de horas después).
Mi abuela seguía quejándose de las dolencias musculares y era evidente que ese día no íbamos a poder ir a encargarnos del huerto, como lo hacíamos siempre.
Nos sentamos en el jardín. Mi abuela seguía quejándose del dolor muscular.
¿Piernas? ¿Dolor? Mi mente lujuriosa vio una oportunidad.
Tragué profundo, agarré valor y con firmeza le dije:
– Abuela, yo tengo un curso de masaje deportivo. Si usted quiere….
Me interrumpió de inmediato.
– ¿De verdad sabes dar masajes? ¡Es justo lo que necesito!
– Sí, obtuve el curso el verano pasado.
Estaba mintiendo. No tenía ningún curso de nada y en mi vida le había dado un masaje a alguien. Sin embargo, llevaba mucho tiempo fantaseando con ella, y esa era la oportunidad perfecta para ponerle las manos encima por primera vez, aunque por los momentos tuviera que conformarme con sus tobillos.
Ahí mismo donde estábamos sentados se levantó levemente el vestido que llevaba ese día. Yo me senté en el suelo y empecé a darle los ”masajes” en la parte inferior de las piernas. No obstante, la posición me resultaba muy incómoda y al paso de los minutos se tornó dolorosa para mí. Ella lo notó.
– ¿Estás cómodo ahí? No te veo bien.
– Para ser sincero, no, pero no se preocupe, lo importante es que usted se encuentre bien y que le guste el masaje.
– El masaje me está gustando, sin embargo, no quiero que te rompas la espalda por estar en una posición incómoda. ¿Cómo me pongo para que estés más a gusto?
Vislumbré otra oportunidad. Pensé unos segundos en unas palabras para parecer un abnegado nieto, y no un bribón pervertido.
– Abuela, de acuerdo a lo que me enseñaron, estos masajes se aplican de forma correcta cuando el paciente está en postura decúbito prono… vamos…. en pocas palabras, boca abajo, en una camilla, y con un aceite o ungüento medicinal.
– Yo no tengo camilla, pero cama sí, y aceite también… dijo, sonriendo.
Sospeché que se avecinaba algo grande, por lo que empecé a ponerme nervioso… y excitado.
– Eeeeh, pues no sé, lo importante es que usted esté cómoda.
– Vale, vamos a tu habitación. Me tumbaré en tu cama y ahí me das el masaje. Además, tu abuelo no se despertará en un buen rato, lo que me dará tiempo de descansar y sentirme mejor cuando me toque hacer la cena. Ve a ver si el abuelo sigue dormido, mientras yo voy a por un aceite.
Yo estaba muy nervioso. Breves momentos después nos encontramos en la habitación. Intercambiamos una mirada y me sonrió.
Se dio la vuelta y se tumbó boca abajo en la cama, no sin antes darme el aceite que previamente había ido a buscar. Se levantó el vestido que llevaba, casi uno o dos centímetros por encima de las rodillas. La palidez de su piel y la celulitis de sus gruesas piernas me terminaron de poner el miembro como un asta. No me lo podía creer, las piernas de mi abuela me estaban poniendo cachondo.
Estábamos en la misma cama, prácticamente solos. La situación me dio mucho morbo.
– ¿Estoy bien así? Espero no te dé asco esta vieja decrépita.
– No diga tonterías. Usted es mi abuela, pero eso no soy ciego para darme cuenta de que usted es una señora guapa y se conserva estupendamente.
Creí que la había fastidiado, pero mi abuela me dio las gracias y me dijo que estaba orgullosa por lo bien que me había educado mi padre.
Pasé a la acción.
Rocié sus piernas con el aceite y empecé a hacer el intento de masaje en sus tobillos y gemelos.
– Uuuh, ¡cómo me duele, madre mía! Pero sigue, no te detengas.
Seguí frotando, pero me daba miedo ir arriba de las rodillas, por lo que me quedé varios minutos en sus tobillos. Después de todo era mi abuela y no quería ni debía sobrepasarme.
– Creo que de los tobillos ya estoy bien. ¿Puedes masajearme un poco más arriba, por favor? Me duele mucho, especialmente en la parte interior de los muslos.
– Eeeeeh, vale, vale, abuela, pero… pero….
– ¿Pero qué?
– ¿Puede mover un poco las piernas y subirse un pelín más el vestido? Es que así no puedo, le dije, intentando no mostrarme nervioso ni excitado, cuando en realidad sí lo estaba.
– Desde esta posición no puedo saber cómo quieres que me ponga, chaval. Tú tranquilo, pon el vestido donde no te estorbe, y muéveme las piernas hacia donde lo estimes conveniente.
– Vale, abuela, como usted diga… le dije.
Respiré profundo, cogí valor, le subí el vestido casi a la altura de los glúteos, y le separé un poco las piernas, como quien abre una tijera, con la intención de llegar a la parte interna y adolorida de sus muslos.
Debido a esto, le vi finalmente las bragas. Desde ese ángulo, percibí que eran de color blanco, ajustadas. Vi que sobresalían los pliegues de sus inmensas nalgas, nalgas que llevaba varios días imaginando, y que finalmente estaban a escasos cm de mis manos.
A todo esto, mi pene estaba como una roca, y sentía mi ropa interior humedecida por el líquido preseminal.
Empecé a frotarle la parte interna de sus inmensos y celulíticos muslos, tal y como ella me lo había pedido. Seguí concentrado con el ”masaje”, no quitando mis ojos de los pliegues de las nalgas que sobresalían de su braga. Sin embargo, a los minutos noté que ella no se movía ni hablaba.
Me asusté. Susurré.
– Abuela, abuela, ¿se encuentra bien?
– Ahm, sí, sí, es que me estaba quedando dormida. Eres un experto masajista, y me siento divinamente. ¿Puedes seguir? ¿No estás cansado?
– No, para nada, tranquila, es un placer.
Por supuesto que era un placer para mí.
Seguí con el ”masaje”. A los minutos aparentemente se estaba volviendo a quedar dormida.
– Abuela… volví a llamarla, casi susurrando.
No me respondió. Volví a llamarla, un poco más fuerte. Nada.
Parecía que sí, que estaba dormida. Seguí con ello varios minutos más. La sensatez desapareció, y la lujuria se apoderó de mi ser. Me dije ”es ahora o nunca,”. Seguí masajéandola con la diestra, mientras con la izquierda, muy lentamente, le subí aún más el vestido. Ella parecía no enterarse debido a su estado adormitado… o eso creía yo.
Logré subirle el vestido casi a la altura de las caderas. Tenía en mi campo visual prácticamente todo su culazo, con las piernas muy entreabiertas. Yo me había encargado de movérselas de manera lenta en los minutos previos.
Para mi algarabía, descubrí que su braga era en realidad una del tipo culotte, grande, pero con muchas partes transparentes.
Dejé el vestido casi a la altura de sus caderas, y continué masajeando.
Ella aún parecía dormida. Y mi abuelo en el salón también. Escuchaba sus ronquidos.
”Al diablo todo”, pensé. Puse mis dos manos en sus gigantescas nalgas, y empecé a manosearlas con parsimonia. No quería que se despertara. Con el movimiento de mis dos manos provocaba que sus colosales nalgas bailaran y ”temblaran”, cual masa gelatinosa. Vi que seguía dormida. Puse una mano en cada nalga, hice movimientos circulares en cada una de ellas , e intentaba separarlas más y más, como quien está amasando harina. En un momento dado, dejé las nalgas separadas y con ello logré verle el ojete del culo y una parte de sus labios vaginales a través de la braga semitransparente. Esa vista fue colosal para mí. Me sentía en las puertas del paraíso.
Como vi que seguía dormía, acerqué mi cara a su culo con el fin de percibir el olor del ojete como el de su coño.. y… sólo se me ocurrió una definición: ¡olía a sexo! Era algo inexplicable.
Estaba tan excitado con ese aroma y con estar tan cerca de su coño que me corrí en el acto, sin siquiera tocarme.
Me revisé por debajo del pantalón, me reacomodé la polla con la mano izquierda, mientras volví a masajear con mi mano derecha el enorme culo de mi abuela. Como era de esperarse, en mi mano izquierda quedaron restos de semen, y sin pensarlo aproveché para untárselos en las piernas y mezclarlos con el aceite.
Después de esto, entré en razón. Estaba muy nervioso. Era evidente que había cometido una gran imprudencia, fruto de una ciega lujuria. Le coloqué el vestido y le tapé el culo de inmediato.
– Abuela, abuela, ya es tarde, el abuelo no tardará en despertar y hay que hacer la cena…
Después de llamarla un par de veces más respondió:
– ¿Qué ocurre? Disculpa. Me quedé dormida. Me estaba gustando el masaje.
– Ehh, eeeh, me alegro, pero es mejor que vayamos a preparar la cena.
– Ay, hijo, estoy muy cansada, adelántate tú a la cocina, y ve preparando lo que puedas. En un rato iré a echarte una mano.
Me fui, y ahí quedó mi abuela, acostada en la cama, con restos de mi semen en sus piernacas de jamonaza. Sabía que había cometido una imprudencia, y trataba de tranquilizarme a mí mismo pensando en el hecho de que ella no se había dado cuenta.
El resto del día y la noche transcurrió sin mayor novedad.
Eso me tranquilizó. Parecía que no se había enterado de lo sucedido. Esa noche, me masturbé como un loco.
En la tarde siguiente, mi abuelo se volvió a quedar dormido, como era lo habitual. Era hora de limpiar el huerto, pero mi abuela me dijo que aún seguía adolorida. Me pidió, por favor, otro de mis ”milagrosos masajes”.
No me lo podía creer. En mi interior, casi saltaba de la emoción. ¿Se repetiría lo del día anterior? Lo vi muy probable.
”Ve a regar el huerto, mientras yo me adelanto a la habitación, para preparar el aceite y las demás cosas. Cuando termines ve. Yo te estaré esperando”. Me dijo.
Me parecía algo raro, pero asentí.
A los pocos minutos terminé de regar el huerto y me dirigí a la habitación. Antes pasé por la sala, para ver si el abuelo seguía dormido, y sí, lo estaba.
Entré a la habitación. Pero lo que vi me dejó de piedra… y a mi pene también.
Mi abuela estaba tumbada boca abajo, sin vestido, sin sujetador y solo con una braga, pero esta no era del tipo culotte, sino una más pequeña que dejaba al descubierto su inmenso pandero.
Como al parecer no se había dado cuenta de mi presencia, instintivamente saqué el móvil de mi bolsillo e hice una fotografía.
Guardé el móvil de inmediato. Después de ello le dije:
– Abuela, abuela, ¿pero qué hace? No es necesario que esté tan descubierta. Cúbrase, por favor. Intentando fingir sorpresa e ingenuidad.
– Anda, no te hagas el idiota, ya sé que ayer me manoseaste, te corriste y me untaste semen en mis piernas. Y todos estos días me has estado viendo el culo y masturbando por las noches. ¿Crees que soy una inmadura ingenua? Ay, estos chavales de ahora…
– Disculpe… abuela.. yo… yo….no es lo que parece, no le diga nada a nadie, por favor…
– No te disculpes ni digas tonterías. Que sepas que todo me ha encantado. Es cierto que hace muchos años no percibía el aroma del semen, sin embargo, es inconfundible e imposible de olvidar. Me he vuelto a sentir mujer. Y también es cierto que eres mi nieto, pero eres un jovencito muy atractivo. ¿Sabes? Hace tanto tiempo que no me tocaba un hombre, y ayer me sentí en las nubes. Por un momento me hiciste olvidar a mi querido Pepe. Y lo del semen fue la cereza del pastel. Me encantó que te corrieras. ¿Te gusto? ¿Te pajeas pensando en el culo gordo de tu abuelita? ¿Quieres tocarlo otra vez?
Era hora de ser sincero.
– Abuela… Belén, he sentido atracción sexual por usted desde la primera vez que la vi. Es usted una dama hermosa. Y su culo me embelesa. Aunque sé que esto no es correcto…
– Oh, eres tan respetuoso, pero dejemos de hablar y olvídate de lo correcto. Esto será un secreto entre nosotros. Tú me debes un masaje, y lo quiero igual o mejor que el de ayer.
– Vale, como usted diga, abuela…
Empecé a manosearla enérgicamente. No podía creer que ese culazo y esas piernas estuvieran a mi entera disposición. No podía más y me saqué la polla. Con una mano le tocaba las piernas y el culazo, y con la otra me masturbaba.
– Creo que necesitas ayuda.
Giró su cabeza. Cogió con su mano derecha mi polla, y empezó a manipular mi endurecido falo.
– Oh, qué buena alma tienes, mi niño.
Me sentía en el paraíso. Sin embargo, la inexperiencia hizo acto de presencia: me corrí ipso facto.
– Aaaay, cuánto semen, qué delicia, hacía tanto tiempo que no tenía en mis manos un manjar como este. ¿Me dejas tragármelo?
– Como usted desee, abuela.
De inmediato se llevó mi jugosa polla a su boca, y empezó a chupármela salvajemente.
A pesar de haber eyaculado instantes antes, yo seguía excitado y ella se veía como una desquiciada. Era evidente que había despertado a una bestia de su letargo.
Pero su poderosa succión era demasiado para mí.
Abuela, deténgase, no puedo más, estoy al borde del colapso. Deme un minuto de respiro, por favor.
– Disculpa, mi niño, me he dejado llevar por la emoción. Ve al baño o a la cocina, si quieres, y tómate algo. Y de paso revisa a tu abuelo, a ver si sigue dormido. Yo te espero aquí.
Fui a ver mi abuelo, seguía dormido. Luego me fui al baño, casi corriendo. Me limpié un poco y me revisé la polla. La tenía enrojecida. Suspiré. No me podía creer lo que pasaba.
No sabía qué hacer. Pero no era el momento de quedarme agazapado y esperar. Decidí salir y volver donde mi abuela, y ahí estaba, de nuevo tumbada boca abajo en la cama, ¡esta vez totalmente desnuda!
La visión de su voluminoso y curvilíneo cuerpo desnudo me la volvió a poner dura. ¿Y el ardor y enrojecimiento? Ni me acordé.
Sabía que estaba ante una oportunidad única. Eso tenía que grabarlo. Busqué mi móvil e hice varias fotografías.
– ¿El abuelo sigue dormido?
– Sí, en el quinto sueño y roncando como motocicleta, le dije, mientras hacía fotos de su monumental cuerpo desnudo.
– ¿Qué haces? ¿Por qué tardas tanto? Me dijo.
– Estoy inmortalizando este momento. No se mueva, por favor.
– No seas tonto, no te quedes ahí parado. Ven, hazme sentir mujer otra vez.
– Espere, no se mueva. Un segundo más…. por favor
– Anda, olvídate de lo que estás haciendo. Ven. Fóllate el culo gordo de tu abuela.
Y eso hice.